Homilía, 17 de abril 2016
en la Jornada de Diálogo
Interreligioso organizada por el Diálogo Interreligioso Monástico (DIM) y otras
instituciones
Colegio Santísimo Sacramento (Calle Arturo Soria, 208 Madrid)
Jornada mundial de oración por las
vocaciones
Queridos
hermanos y amigos:
Celebramos esta Eucaristía de acción de gracias, clausurando
este hermoso día de
convivencia interreligiosa en el cuarto domingo de Pascua,
domingo del buen Pastor, Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se
celebra este año con el lema: “La Iglesia, madre de las vocaciones”. En el
mensaje del papa Francisco para esta Jornada se dice que la vocación nace en la
Iglesia, crece en la Iglesia y está sostenida por la Iglesia. Celebramos hoy
esta Eucaristía pidiendo por esta intención.
Cuando convivimos con personas de distintas religiones, como
hemos hecho hoy, nos enriquecemos, ya que descubrimos en estas personas y en
sus tradiciones “destellos de aquella Verdad que ilumina todos los hombres”,
como dice el Concilio Vaticano II en la Declaración Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones
no cristianas. En otro documento más reciente, de 1991, promulgado
conjuntamente por el Pontificio Consejo para el Dialogo Interreligioso y la
Congregación para la Propagación de la Fe, titulado Diálogo y anuncio, se concretan las distintas formas de diálogo interreligioso,
y se habla del diálogo de la vida, de la acción, del intercambio teológico, y
de la experiencia religiosa. Hoy aquí hemos hecho experiencia de todos ellos,
enriqueciéndonos como personas y por eso damos gracias al Señor y a los que han
organizado con mucho esfuerzo esta Jornada.
La Eucaristía que estamos celebrando es memorial de Jesús, de
su vida y de su muerte, de su entrega por nosotros. Él es el pastor bello,
hermoso (kalós), bueno, que nos
conoce de verdad, en lo más profundo de nuestro ser, que conoce nuestro
verdadero nombre, ese nombre nuevo que él nos quiere dar. Jesús, buen pastor, que
da su vida por sus ovejas, es el rostro de la misericordia de Dios.
Hoy hemos podido profundizar junto con nuestros hermanos y
amigos de otras religiones lo que implica la misericordia divina, que es para
nosotros el atributo más importante de Dios. En latín el termino misericordia, miseri-cors, indica esa actitud del
corazón (cors) que se hace cercano al
mísero (miseri), al pobre, al que
sufre, al pecador, que se pone a su lado y de
su lado. En el Antiguo Testamento hay tres términos relacionados con esta
actitud: rahamim, que expresa el apego
instintivo de un ser a otro, que tiene su sede en las entrañas maternas, hanan que se suele traducir como ternura,
y hesed, que indica una relación
entre dos personas marcada por la fidelidad y en caso de Dios, por su fidelidad
a sí mismo, no obstante el pecado y la obstinación del pueblo. “Dios es injusto
solo con él mismo”, dirá un conocido teólogo ecuménico. Todos estos términos
están presentes en la autorevelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí: “Señor,
Dios compasivo (rahum) y
misericordiosos (hanun), lento a la
ira y rico en clemencia (hesed) y lealtad” (Ex 34, 6).
En Jesús la misericordia de Dios se hace carne. En él, en su
enseñanza, en su vida, en su muerte, se nos revela y se hace presente la
misericordia de Dios de un modo pleno. Todo en él expresa misericordia: sus
parábolas, como la del buen samaritano o la del hijo pródigo, su vida compartida
con los pecadores y los publicanos, con los pobres y los que sufren, y su
muerte en la cruz entre dos malhechores. En él descubrimos lo que realmente
significa misericordia, descubrimos las entrañas de Dios, su pathos. Dios no tiene pasiones, pero sí
tiene pathos, porque así se nos ha
revelado, en contra de lo que puedan pensar algunos filósofos metafísicos.
De hecho, la misericordia divina, centro de la revelación que
Dios hace de sí mismo
recogida en la Sagradas Escrituras, tardó tiempo en ser
plenamente asimilada por los primeros pensadores cristianos. Éstos estaban
condicionados por la filosofía griega que, en oposición a los mitos paganos de
dioses con pasiones antropomórficas indignas de la divinidad, hablaban de Dios
como el motor inmóvil, impasible, ‘que no tiene amigos, ni necesita de ellos’,
totalmente autosuficiente y no afectado por sus criaturas. “En esta noción
metafísica de Dios no hay espacio para la misericordia porque ella no deriva de
la esencia divina, sino de su autorevelación”, dirá Kasper.
Curiosamente algunos filósofos modernos en cambio, si
intuyeron que el Dios bíblico era sobre todo misericordioso, a veces también para
rechazar este atributo como indigno de la divinidad, pero sobre unas bases totalmente
distintas. Uno de ellos es Nietzsche. Hay dos célebres frases de este filósofo
anticristiano que paradójicamente nos pueden ayudar a profundizar en lo que
significa la misericordia divina. Una de ellas es: “Así me dijo el demonio una
vez: ‘También Dios tiene su infierno, es su amor a los hombres’”; y la otra:
“Dios ha muerto. Su compasión por los hombres es lo que le ha matado”. Nietzsche
tenía razón: Dios sufre por los hombres. Sin embargo, contrariamente a lo que este
filósofo piensaba, esto no es signo de debilidad en Dios, sino de fuerza, no es imperfección,
sino perfección del amor. De ahí que Jesús, el buen pastor, afirme: “Por eso me
ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la
quita, sino que yo la entrego libremente”. Santa Catalina de Siena solía
repetir: “No fueron los clavos los que mantuvieron Jesús atado a la cruz, sino
su amor”. La misericordia no es imperfección, sino perfección del amor.
Dios es así, hermanos y hermanas, sin límites en su amor y
esto es lo estamos llamados
a descubrir en este Año Santo de la Misericordia. En
Jesús, Dios se ha hecho próximo a nosotros, a nuestra miseria y pecado, se ha
puesto de nuestra parte. En esta Eucaristía que celebramos clausurando esta bella
Jornada, la misericordia de Dios se hace presente aquí y ahora para nosotros,
se nos pone realmente al alcance de la mano. Podemos en este momento no solo hablar
de ella, sino sentirla presente y actuante en nuestras vidas.
Vamos a pedirle al Señor hoy por las vocaciones, sobre todo
por las vocaciones a hacer presente en medio de los hombres, en medio de nuestra
sociedad triste y egoísta, al buen pastor, al pastor misericordioso que conoce
a sus ovejas y las llama por su nombre, que las cuida y da su vida libremente
por ellas, que las lleva a la vida eterna. También pedimos por la paz y el
entendimiento entre las religiones. ¡Que Maria, reina de la paz, nos proteja y
guíe hacia la paz verdadera! Amén.