Homilía en la Vigilia Pascual
Madrid, 16 de abril 2017
Queridos
hermanos y amigos:
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Hoy celebramos -y celebrándolo lo hacemos presente con toda
su fuerza salvífica para nosotros hoy- el acontecimiento fundamental de nuestra
fe, la resurrección del Señor. «Jesús ha resucitado»: este es el anuncio, la buena noticia que da el ángel a las
mujeres que fueron al sepulcro ese primer día de la semana, el día después del
sábado, al amanecer. Él ángel les anuncia un acontecimiento, algo que ha tenido
lugar, pero algo realmente excepcional, un actuar de Dios en nuestra historia solo
comparable con la creación del cosmos de la nada. Dios resucita a Jesús de la
muerte, cumpliendo de modo sobreabundante todas sus promesas, yendo mucho más
allá de lo que podíamos imaginar: la resurrección del Señor es el fundamento de
nuestra vida y de nuestra esperanza. El cristiano es fundamentalmente una persona
que cree en la resurrección del Señor.
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La excepcional Liturgia de la Palabra de esta Vigilia Pascual
nos muestra el acontecimiento de la resurrección como culmen de toda la
historia de la salvación, de toda esa historia dirigida por Dios para salvar al
hombre hecha de gestos y palabras narrados en el Antiguo Testamento. Así, la primera
lectura nos habla de la creación del mundo, porque la resurrección es el
cumplimiento de la creación, es el inicio de la nueva creación en la que Dios
será «todo en todos» (1 Cor 15, 28). La segunda lectura del sacrificio
de Abraham, porque Jesús es el verdadero Isaac entregado por Dios Padre y porque
Abraham es modelo de creyente por su obediencia a la palabra; la tercera
lectura del éxodo, porque el poderoso actuar de Dios para liberar a su pueblo
de la esclavitud era imagen y preparación de la verdadera Pascua que nos libera
del pecado y de la muerte. La cuarta y la quinta lectura de Isaías porque los planes
de Dios no son nuestros planes y nuestros caminos no son los suyos y porque el
amor de Dios es un amor eterno; aunque nos hayamos sentidos abandonados por él,
eso fue cosa de un momento; la sexta lectura del profeta Baruc, porque la
resurrección del Señor es donde se encuentra «la vida larga, la luz de los ojos y
la paz»; la séptima lectura de Ezequiel, porque por medio de la muerte
y resurrección de Jesús, Dios ha hecho una nueva alianza con nosotros, dándonos
su espíritu que nos permite caminar en una vida nueva.
Pablo nos dice en su epístola a los Romanos que gracias al bautismo hemos sido incorporados al misterio de la muerte y resurrección de Jesús; hemos sido sacramentalmente sepultados con él para resucitar con él a una vida nueva. Por eso esta noche renovamos nuestras promesas bautismales, ya que al don de la gracia del bautismo debe corresponder nuestro esfuerzo por vivirlo a través de las opciones de vida que tomamos y de los valores que intentamos honrar. Hoy queremos renovar nuestras promesas bautismales, pero no como un rito más, sino con sinceridad.
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Del pasaje evangélico que acabamos de escuchar, quero solo
indicar tres elementos que destaca el mismo evangelista Mateo: el sepulcro
vacío, el «ir a Galilea» y la unidad entre el crucificado y el resucitado. En
primer lugar: el sepulcro vacío. Hay una insistencia en este hecho en el relato
evangélico. El ángel dice a las mujeres: «No está aquí: ¡ha resucitado!, como
había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía…». La tumba estaba vacía. Ya no estaba
el cuerpo del Señor. Los que hemos tenido el regalo de ir a Tierra Santa y visitar
la Basílica del Santo Sepulcro, hemos podido entrar en ese edículo y tocar con
mano la tumba vacía como las mujeres aquel primer domingo. Esa tumba vacía es
prueba de ese acontecimiento tan asombroso de la resurrección.
En segundo lugar, el ángel pide a las mujeres que digan a los discípulos que vayan a Galilea, allí verán a Jesús, y la misma orden repite el resucitado justo después. ¿Por qué ir a Galilea? ¿Qué significado tiene Galilea? En Galilea todo empezó. En Galilea los discípulos podrán «rebobinar» su historia desde principio, pero ahora mirándola con ojos nuevos, a la luz de resurrección. Allí podrán entender mejor lo que significó su llamada años atrás a orillas del lago a ser pescadores de hombres, las bienaventuranzas que pronunció el Señor en aquel monte y que entonces parecían palabras de otro mundo; allí también podrán comprender mejor los momentos de prueba y la oposición a Jesús que fue creciendo hasta llevarle a la muerte. También para nosotros es importante de vez en cuando «volver a Galilea» para reencontrarnos con nuestra historia y entenderla mejor y asumirla, volver a los inicios, a ese amor primero. Mirar el recorrido de nuestra vida a la luz del misterio pascual nos permite comprenderlo mejor y hacerlo nuestro, apropiarnos de él y abrazarlo como una historia de amor y redención; también los momentos de prueba y de oscuridad, adquieren sentido.
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En tercer lugar, la unidad entre la pasión-muerte y la
resurrección. Él ángel dice a las mujeres: «buscáis a Jesús, el crucificado. No
está aquí…». El resucitado es el mismo que fue crucificado. La resurrección
es la otra cara de la moneda de la pasión y la muerte. La cruz, esa cruz no
buscada directamente ni querida, que permite el Señor en nuestra vida, esa cruz
que nace de la entrega a los demás y de la lucha por el Reino y la justica en
un mundo marcado por el pecado, es el camino para la resurrección.
¡Que el Señor nos de la alegría de la resurrección y nos
ayude a vivir con más coherencia nuestro bautismo!
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