Homilía en la
Vigilia Pascual
Basílica de la
Agonía, Getsemaní, Jerusalén
Sábado, 20 de abril de 2019
«El
Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Ha estado grandes con
nosotros estos días en Tierra Santa, ha estado grande con nosotros tantas veces
en nuestra vida, dándonos la posibilidad de empezar de nuevo, sacándonos de
nuestras miserias, de nuestras muertes y de nuestras tinieblas.
Un
saludo de corazón a todos los presentes, al patriarca emérito, a los hermanos
sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas, a los enfermos y a todos los
peregrinos. Un saludo muy agradecido a los frailes franciscanos de la Custodia
de Tierra Santa que guardan con tanto buen hacer los santos lugares y la
presencia cristiana en estas regiones, cuna del cristianismo. El padre Pedro,
responsable de la Custodia en España, me ha invitado a mí, párroco de una
parroquia de Madrid que ha venido de peregrinación a Tierra Santa estos días, a
presidir esta celebración de la Vigilia Pascual. Se lo agradezco mucho.
El
Señor nos ha hecho un gran regalo a los que estamos aquí hoy: poder celebrar la
Pascua
en Tierra Santa. Un lugar donde percibimos una presencia especial
del Señor, la Shekinah. Un lugar
donde la paz, la guerra y el testimonio cristiano son tan importantes. Aquí
aprendemos lo que significa el compromiso ecuménico de la Iglesia y el diálogo
interreligioso y porque son tan necesarios y porque es la Iglesia, sobre todo
la católica, la que debe y puede llevarlos a cabo como deseo del Señor y sin
miedos, ya que nuestro origen es un Crucificado y Abandonado, como bien sabía Chiara Lubich, fundadora de los Focolares y gran promotora del ecumenismo y el diálogo
interreligioso.
Fachada de la Basílica de la Agonía |
Aquí
en esta tierra la encarnación de Dios se hace muy real. Aquí nos damos más
cuenta de lo
que significa que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»
(Juan 1, 14). Tantas veces estos días debajo de distintos altares
hemos leído la palabra HIC, AQUÍ. Hemos
pisado la tierra que pisó Jesús. Hemos visto las montañas, los campos, el lago,
el río que él vio. Hemos seguido sus huellas en Belén, en Nazaret, en Caná, en
el lago de Tiberíades, en Cafarnaúm, en el monte Tabor, en el río Jordán, en el
monte de las tentaciones y ahora aquí en Jerusalén, en la Ciudad Santa.
Iglesia de San José en Nazaret |
Aquí,
hic, en Jerusalén, en la Basílica del
Santo Sepulcro, a pocos metros de aquí, hemos podido meter la mano en la tumba
de Jesús y comprobar que está vacía, que no está el cuerpo del Señor. Lo mismo
hicieron las mujeres ese primer día de la semana, como acabamos de escuchar en
el evangelio. Este año nuestra Pascua coincide con la Pascua judía y los días
de la semana reflejan más de cerca el relato evangélico. Ya está noche estamos
en ese primer día después del Shabat
en el que las mujeres encuentran la tumba vacía. A ellas unos ángeles les
explican el sentido de lo que ven. La tumba está vacía porque el Señor ha
resucitado: «¿Porque buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha
resucitado» (Lucas 24, 5-6). Este anuncio, está buena noticia, la
hemos escuchado tantas veces también nosotros, y hoy aquí, de nuevo, en la
Tierra de Jesús. ¡Que el Señor nos aumenta la fe para creérnosla de verdad y
para que cambie nuestra vida!
Hoy
estamos aquí con María, como los apóstoles en el cenáculo, donde nace la
Iglesia, celebrando el memorial de Jesús y él, que está vivo, se hace presente
aquí en medio de nosotros.
A partir de mañana nos toca a muchos peregrinos volver a nuestras casas, a nuestros ambientes, a nuestros trabajos y quehaceres, quizás a nuestras dificultades y situaciones de sufrimiento. Volveremos transformados porque nos hemos encontrado con el Señor resucitado aquí en Tierra Santa, «lo hemos visto en Galilea», hemos vuelto a experimentar que está vivo y presente en su Iglesia a través de tantos hermanos que nos han acompañado estos días. Ahora volvemos a nuestras casas siendo testigos de la resurrección, «discípulos misioneros», como le gusta decir al papa Francisco. A los que nos encontraremos al volver le podemos decir lo que escribe el apóstol Juan en su primera carta:
Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del
Verbo de la vida... os lo anunciamos para que estéis en
comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo
Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo. (1 Juan 1, 1-4)
Renovemos
ahora, queridos hermanos, nuestras promesas bautismales con nuestro compromiso
claro, definitivo, firme, de dejar atrás el pecado, esa vida en la no verdad,
en la mentira, en la que engañamos a los demás y nos engañamos a nosotros
mismos, y a caminar en una vida nueva, experimentando la verdadera libertad de
los hijos de Dios.
Queridos
hermanos: ¡El Señor ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Amén.
Video de la homilía:
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