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jueves, 19 de julio de 2012

Verano y Palabra de Dios


Homilía 15 de julio de 2012
Domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo B)
San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia

Fuente de la imagen: nationalgeographic.com 
        El verano es un tiempo muy adecuado para ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, para dejar que esta palabra entre en nosotros, en las profundidades de nuestro ser, y nos vaya transformando. Esto lo podemos hacer participando en las celebraciones litúrgicas, sobre todo en la misa dominical, y prestando atención a la Liturgia de la Palabra. Pero también lo podemos hacer leyendo por nuestra cuenta con una cierta regularidad algún texto bíblico. Si hacemos esto a sabiendas de que no solo es palabra humana, sino también palabra de Dios, experimentaremos como esto nos va cambiando. La palabra de Dios es eficaz, es creadora, y va actuando en todos los niveles de nuestra existencia, incluso más allá de nuestra conciencia, y nos va haciendo una creatura nueva a imagen de Jesús. No hace falta que entendamos todo lo que leemos o escuchamos, es suficiente hacerse receptivos a esta palabra, acogerla con cariño y devoción. Por eso una Biblia, o un libro que contenga textos bíblicos como un misal, no debería faltar en nuestra maleta para este verano.

       Voy a comentar brevemente los textos bíblicos que se nos han proclamado en su orden, destacando con sencillez solo algunas cosas que a mí me han llamado la atención hoy, dejando a vosotros que descubráis otros elementos que pueden apelar más a vuestra vida y a vuestra situación actual. La Palabra de Dios, por ser de Dios, tiene una riqueza de significados inagotable y cada uno de nosotros al leerla o escucharla puede sacer cosas distintas, todas ellas válidas.

       En la primera lectura el sacerdote del templo de Betel dice al profeta Amós que se vaya a predicar a otro sitio, a Judea, porque su predicación molesta, anuncia catástrofes y desanima al pueblo, y además él no es un profeta de profesión, no es hijo de profetas, no pertenece a esta casta. A esto Amós responde que no ha sido él quien ha decido ser profeta, sino que ha sido Dios quien lo la llamado para ello. Él era un pastor y un  cultivador de higos. Su vocación es la que legitima su predicación. Con frecuencia la Palabra de Dios denuncia nuestra conducta, nos dice que el rumbo que hemos dado a nuestra vida no es bueno, nos pide cambiar; es decir, con frecuencia nos incomoda y preferiríamos no escucharla. Sin embargo, en el fondo de nuestro corazón sabemos que es palabra de vida eterna, que es palabra de verdad y de un Padre que nos ama y quiere nuestro bien. Otra enseñanza que podemos sacer de esta primera lectura es que la Palabra de Dios nos puede llegar por medio de alguien que no es oficialmente ministro de ella, sino que ha sido inspirado por Dios para transmitírnosla. ¡Cuántas veces alguien nos dice algo importante para nosotros, algo que nos ayuda a vivir de un modo distinto nuestra situación, desde Dios y no desde el mundo, y ese alguien no es un ministro de la Iglesia, ni alguien en principio cualificado para ello!

Fuente de la imagen:  myblog.it
La segunda lectura es un himno con el que empieza la Carta de Pablo a los Efesios. Quiero resaltar solo dos frases de este importante himno que se refieren a dos temas fundamentales de nuestra vida cristiana: la elección y la predestinación. El apóstol afirma que ‘Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’. Dios nos ha elegido a todos y a cada uno de nosotros, a ti y a mí, desde siempre, desde toda la eternidad, para que fuésemos santos, viviendo la plenitud del amor. Dice también el apóstol a los cristianos de Éfeso y a nosotros que “él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”. El reformador Calvino hablaba de una doble predestinación: Dios destina algunos al cielo y otros al infierno independientemente de su libertad. Aquí en cambio Pablo habla de una sola predestinación y es a ser hijos de Dios. Podemos con nuestra libertad oponernos a ella, pero la única predestinación que existe es a ser sus hijos. Paralelamente, el Concilio Vaticano II habla de una única vocación que es válida para todos los hombres y es la divina, la vida eterna, y no hay otra.

En el evangelio que hoy la Iglesia nos ofrece se habla de la misión prepascual de los Doce que es anticipo de la misión universal de toda la Iglesia que empezará después de Pascua, después de la muerte y resurrección del Señor. Los apóstoles son enviados de dos en dos por Jesús, recibiendo de él instrucciones muy precisas sobre el modo de proceder. Estas instrucciones siguen valiendo hoy para la misión de la Iglesia que nos incumbe a todos. Hay que usar medios pobres que no contradigan el mensaje que se tiene que transmitir que es el de Cristo y éste crucificado. McLuhan, profeta de la civilización actual de la comunicación, decía que “el medio es el mensaje”. No se puede separar el mensaje del medio que se utiliza para transmitirlo. Eso quiere decir que para predicar a Jesucristo que rechazó las tres tentaciones del demonio en el desierto, no podemos utilizar medios que basen su eficacia en el poder, el miedo, lo espectacular y el misterio, como diría el gran inquisidor de Dostoievski y que fue justo el camino que Jesús rechazo para llevar a cabo su misión. También es significativo que Jesús los mande de dos en dos. Dice san Gregorio Magno que así lo hizo Jesús porque los mandamientos de la caridad son dos: el amor de Dios y el del prójimo y que quien no tiene caridad para con los demás no debe dedicarse a la predicación. La relación entre los apóstoles tiene que ser testimonio de la verdad de lo que predican. Los padres cristianos transmiten a sus hijos la fe a través de la enseñanza, pero es fundamental que la relación que existe entre ellos no contradiga lo que enseñan, sino que muestre su ceredibilidad.

San Buenaventura
Hoy es el 15 de julio y se celebra la memoria de san Buenaventura, uno de los grandes teólogos del siglo XIII, ministro general de la Orden franciscana en sus comienzos, y después también cardenal obispo de la diócesis de Albano. Es uno de los grandes doctores de la Iglesia. En sus obras habla de la fe de la gente sencilla que puede ser muy superior a la de un gran teólogo como su contemporáneo Tomás de Aquino; también, a diferencia de santo Tomás, sostiene la preeminencia del amor sobre la fe. De los muchos libros que escribió, hoy la Iglesia en el Oficio nos propone un texto suyo tomado de su obra Itinerario de la mente hacia Dios. En él afirma que ‘quien mira plenamente la placa de expiación que es Jesús y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.'

Nos encomendamos hoy a este gran santo y también a nuestra Madre que mañana veneraremos como Nuestra Señora del Carmen.