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lunes, 14 de marzo de 2011

“Aunque quiera hacer el bien, tengo a un paso el mal” (Rm 7,21)

Homilía 13 de marzo 2011
I Domingo de Cuaresma (ciclo A)

                Cuando escribí mi tesis para el doctorado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana, elegí como lema de todo el trabajo, como frase introductoria para poner al comienzo del libro, una oración de San Agustín, Deus semper idem, noveris me, noveris te (Soliloquia II; 1): “¡Dios que eres siempre el mismo, qué me conozca a mí, qué te conozca a Ti!”. Me parece una frase que resume bien lo que pretendía la tesis, que era de antropología teológica, es decir, trataba de lo que sabemos del hombre a partir de la revelación cristiana; pero de una forma más profunda es una oración que resume muy bien todo el esfuerzo de nuestra vida: conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos. Y las dos cosas van de la mano.
Pecado original
Michelangelo Buonarroti - Capilla Sistina
                Conocernos a nosotros es menos sencillo de lo que pueda parecer en un principio. Y conocernos y aceptarnos, para después poco a poco mejorarnos, es todavía más difícil. Y lo más difícil es reconocer y aceptar el mal que hay dentro de nosotros, esa sombra, ese lado oscuro que todos tenemos, que la tradición cristiana llama concupiscencia y que nos instiga a hacer el mal que no queremos. Si somos sinceros con nosotros mismos, si nos hacemos conscientes de nuestro diálogo interior, notaremos como muchos de nuestros pensamientos, de nuestros propósitos, de nuestros sentimientos, no son acordes con lo que queremos ser, con nuestra vida cristiana, con nuestro deseo de seguir a Cristo. ¿De dónde surgen pues estos pensamientos, sentimientos y propósitos si son, como diría la psicología, egodistónicos, si no los sentimos como nuestros y no se corresponden con la idea que tenemos de nosotros mismos ni con lo que queremos ser? Surgen de ese lado oscuro, de esa sombra, de la concupiscencia que es herencia del pecado original, pecado que se nos narra en la primera lectura de hoy. Esta tendencia a rebelarnos a Dios, a rechazar ser criaturas suyas y depender de Él, a dudar de su amor, a no aceptar nuestra historia, no nos la puso Dios al crearnos, sino que deriva del pecado del primer hombre al que se fueron añadiendo todos los pecados posteriores, creando así una historia, una realidad de pecado, en la que estamos inmersos. De este modo, aunque esta fuerza que nos impulsa a hacer el mal no forma parte de nuestra naturaleza como la ha querido Dios, nacemos con ella, es innata. Debemos poco a poco, con la ayuda de la gracia y el ejemplo de Jesús, sin desesperarnos nunca, irla venciendo.
                Es verdad que también las tentaciones nos vienen de fuera, no sólo de nuestro interior. De hecho, junto con la concupiscencia, o la ‘carne’ en lenguaje bíblico, los maestros espirituales hablan de otros dos enemigos del alma: el mundo y el diablo. A diferencia de nosotros, Jesús era sin pecado y por tanto no podía ser tentado por la concupiscencia. Pero sí podía ser tentado por el mundo y el demonio, y de hecho lo fue. Fue tentado por el mundo, por ejemplo, cuando el apóstol Pedro rechaza el camino de cruz y sufrimiento que acababa de anunciar el Maestro, o cuando le piden que baje de la cruz si es el Hijo de Dios. Pero fue tentado también por el demonio, como relata el evangelio de este primer domingo de cuaresma.
misfotosdecantabria.blogspot.com
Las tentaciones de Jesús, como las nuestras, son siempre instigaciones a no a amar a Dios, a dudar de su amor, a pensar que ha hecho mal las cosas mal y que nosotros las haríamos mejor, a pensar que el camino que nos propone no es el bueno, a no confiar en Él...  Es decir, son en definitiva una invitación a desobedecer el mandamiento principal de la Ley de Dios y fundamento de todos los demás: “Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. (Deut 6 4). Como enseñan los sabios de Israel, amar con todo el corazón significa amar con un corazón no dividido, poniendo a Dios por encima de todo lo demás, por encima del ‘pan’ de la primera tentación. Amar con el alma significa estar dispuesto a dar la vida por el Señor, pero no como en la segunda tentación poniendo a prueba a Dios, sino en la forma y momento que Él quiera. Y amar a Dios con todas nuestras fuerzas, significa poner a su servicio todo los que poseemos, todas nuestras riquezas, adorándole sólo a Él.
La cuaresma que empezamos, este desierto que se nos invita a atravesar junto con toda la Iglesia, para llegar a la santa montaña de la cruz y glorificación del Señor y renovar nuestro bautismo, nuestra adhesión a Cristo, es tiempo propicio para entrar dentro de nosotros mismos, para conocernos, para luchar espiritualmente, para hacernos conscientes de la fuerza del pecado en nuestra vida y ‘sofocarla’ como se dice en el prefacio de la misa de hoy, para llamar el mal por su nombre, para darnos cuenta de nuestras tentaciones, tanto las que vienen de la ‘carne’, como también las que vienen del mundo, de nuestro ambiente, y del demonio, el ‘padre de la mentira’.
El Papa recibiendo las cenizas
Unidos al Señor, con la ayuda de María que Jesús nos dio como madre en la figura del discípulo que tanto quería, y teniendo como modelo al mismo Señor, podemos poco a poco ir venciendo las tentaciones y aprender amar a Dios con todo nuestro ser, con todo el corazón, con toda nuestra vida y con todo lo que poseemos.