¿Qué significa estar en gracia de Dios?
Benedicto XVI recibiendo las cenizas Basílica de Santa Sabina en el Aventino (Roma) 9 de marzo 2011 (enlace de la foto) |
Estar en gracia de Dios significa vivir esa vida nueva que se nos da a través de la fe y los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la Eucaristía. Esta vida nueva tiene un aspecto ontológico que está relacionado con nuestro ser en sí, del que no somos del todo conscientes, y un aspecto existencial que se refiere a nuestro ser-en-el-mundo, al modo de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con el cosmos. En el Nuevo Testamento esta vida nueva recibe distintos nombres: ‘caminar según el Espíritu’, ‘vida eterna’, ‘ser nueva criatura’... Es una nueva forma de vivir que se experimenta ya aquí en la tierra – entre contradicciones y en la fe – y que llegará a su plenitud en la comunión plena con Dios. Cuando la vivimos nos sentimos en paz con nosotros mismos y con Dios, nuestras relaciones con los demás son sinceras y enriquecedoras y notamos y agradecemos la presencia de Dios en la creación y la respetamos como obra suya encomendada a los hombres. Sin embargo, cuando no tenemos esta vida nueva que brota del amor de Dios, del costado abierto de Cristo en la cruz, todo es distinto: no nos aceptamos a nosotros mismos ni nos sentimos a bien con Dios, justos ante Él; nuestras relaciones con los demás no son sinceras y se basan en el engaño y la mentira, las etiquetas y las máscaras que nos ponemos, o en la instrumentalización de los otros para nuestros fines. La relación con el cosmos y las cosas creadas es destructiva para ellas y para nosotros. La Escritura usa también distintos términos para referirse a este tipo de existencia: ‘caminar según la carne’, ‘pecado’, ‘muerte’...
¿Cómo sabemos si estamos en gracia de Dios?
En el fondo de nuestra conciencia sabemos bien si estamos en gracia de Dios o no. Sobre todo si ya hemos experimentado este estado de gracia después de una conversión profunda y una vida sacramental intensa, reconocemos bien, si tenemos el coraje de mirarnos con sinceridad, si hemos o no perdido este estado. Nuestra forma de relacionarnos con los demás es quizás el termómetro más fiable que tenemos para constatarlo: si son relaciones cálidas, sinceras, gratificantes, altruistas, en las que somos consciente del valor inestimable y de la unicidad de la otra persona, es signo que vivimos esta vida nueva. Si, en cambio, son relaciones no verdaderas, basadas en la mentira, en el aparentar más que en el ser, es señal de lo contrario. Un modo muy práctico de autoevaluarnos es utilizando alguna de las bellísimas descripciones que nos ofrece la Escritura de la vida según la voluntad de Dios. El texto de la carta a los Gálatas en el que Pablo distingue las obras de la carne y el fruto de Espíritu es muy clarificador:
Frente a ello, yo os digo: Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay ente ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais.
Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os provengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras en Espíritu.
(Carta a los Gálatas 5, 16-25)
¿Cómo volver a estar en gracia de Dios?
Lo fundamental es identificar lo que hace que perdamos este estado de gracia, ya que esta vida nueva debería ser el estado habitual de los que han renacido del agua y del Espíritu y caminan siguiendo las huellas de Jesús. Entre las distintas cosas que pueden hacer que perdamos el estado de gracia, cabe mencionar las siguientes:
Un pecado grave: Cuando rechazamos consciente y deliberadamente la voluntad de Dios en un asunto importante perdemos este estado de gracia. La única forma de recuperarlo es reconocer esta falta, arrepentirnos de ella, confesarla al Señor, y hacer la penitencia necesaria para reparar el mal hecho. Si somos católicos romanos la Iglesia nos enseña que en estos casos es necesario recibir el perdón sacramental a través del sacramento de la reconciliación.
Una actitud inadecuada, un hábito malo, un vicio: Con frecuencia lo que impide que vivamos en plenitud la vida nueva que nos da el Señor resucitado son patrones de pensamientos, sentimientos y acciones que hemos heredado o adquirido cuando éramos pequeños y que aún condicionan nuestra forma de ser y de relacionarnos. Por ejemplo, a veces nos bloquean distintos tipos de miedo: a la muerte, al futuro, a los demás, al ‘que dirán’... Otras veces puede con nosotros la vergüenza, la baja autoestima. Quizás también hayamos adquirido un hábito malo como el de mentir constantemente, el esconder o no reconocer la verdad, el sospechar permanentemente de los demás, el juzgar, el discriminar, el hacer distinciones injustas, etc.
Un vicio: A veces somos esclavos de conductas repetitivas que no logramos controlar y nos quitan nuestra libertad, y que pueden referirse a cosas más o menos graves. Así, por ejemplo, la televisión, internet, la pornografía, el juego con dinero, el fútbol, y todo lo que está relacionado con uno u otro de los pecados capitales: lujuria, pereza, gula, ira envidia, avaricia, soberbia.
El rencor, el no haber perdonado: El tener rencor, el no haber perdonado una ofensa recibida, el no habernos perdonado a nosotros mismos, o a Dios, por algo que ha pasado, impide vivir la vida de la gracia. Para vivirla es necesario estar reconciliados con Dios, aceptando nuestra vida y nuestra historia y la cruz que Él permite en ella, y haber perdonado de corazón al que nos ha hecho daño, cosa que es posible con la ayuda de Dios que cambia nuestro corazón. Si no hacemos esto, somos como una botella con un tapón flotando en el mar de la gracia, en la que no puede entrar el agua del Espíritu a no ser que la descorchemos.
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Algunos esquemas para la revisión de vida nos pueden ayudar a identificar lo que impide que vivamos en estado de gracia. Muy interesante y útil, por ejemplo, es el último libro del obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla Aguirre, que contiene tres propuestas para el examen de conciencia. Una está basada en los diez mandamientos, otra en el evangelio de san Mateo y la última está dirigida a los sacerdotes, distinguiendo su doble condición de pastores y ovejas del rebaño. Muy acertado es el título de la obra, A la luz de su mirada, ya que el examen de conciencia hay que hacerlo bajo la mirada amorosa, reveladora y exigente de Dios.
¿Cómo nos ayudan los demás?
Los que hemos estudiado psicoterapia y la hemos practicado, sobre todo en su versión de terapia de grupo, hemos aprendido por experiencia que nuestra verdad no coincide con lo que nosotros percibimos de ella. De hecho, según un esquema clásico que con frecuencia se representa con la ‘ventana Johari’, hay cosas de nosotros que nosotros conocemos y también los demás con los que interactuamos conocen; otras cosas sólo nosotros las conocemos (nuestros secretos); otras ni nosotros ni los demás conocen (nuestro inconsciente), y otras que los demás perciben pero nosotros ignoramos (nuestro lado ciego). Por eso los demás pueden (y deben) ayudarnos a conocer y corregir lo que no está bien en nosotros y en nuestra vida.
La 'ventana Johari' |
En el mensaje de Benedicto XVI para esta Cuaresma 2012, este aspecto de la ayuda que nos pueden dar los demás se pone muy de relieve. El Papa parte en su reflexión de una frase del capítulo 10 de la Carta a los Hebreos en la que el autor sagrado nos exhorta a fijarnos en los demás para estimularnos en la caridad y las buenas obras (Carta a los Hebreos 10, 24). En este contexto, Benedicto XVI menciona la corrección fraterna como un verdadero servicio de caridad. ¡Ojalá podamos encontrar hermanos que nos quieran lo suficiente para corregirnos con amor cuando ven que erramos y que corremos el riesgo de perder la vida divina que nos ha sido dada!
Quiero proponer también para este año lo que escribí para la Cuaresma del año pasado ofreciendo algunas sugerencias para trazar un plan para este tiempo de gracia y conversión. Lo hice señalando algunos instrumentos que nos ofrece la psicología moderna que se puede aliar muy bien con las enseñanzas de los maestros espirituales y la doctrina ascética tradicional. Creo que a la luz de las reflexiones precedentes, estas sugerencias pueden ayudarnos a vivir este tiempo de una forma más fructífera, eliminando de nuestra vida lo que impide que vivamos en gracia de Dios: