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martes, 8 de octubre de 2013

Una fe débil pero auténtica


Homilía Domingo 6 de octubre de 2013
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
San Bruno, presbítero


            Un concepto que describe bastante bien algunos aspectos de nuestra cultura y sociedad es el de
Cristo y san Pedro en el lago
centroaletti.com
‘débil’, ‘debilidad’. Así, por ejemplo, se habla de ‘pensamiento débil’, que es una importante corriente filosófica contemporánea, que hace explícita una forma de pensar que muchos tenemos y que se caracteriza por creer y vivir como si no existieran verdades absolutas, verdades sólidas que valen para todos y siempre, sino solo verdades parciales y relativas, que valen solo en determinados tiempos y contextos y solo para algunos. Los que proponen esto sostienen que mantener la creencia en verdades fuertes lleva al fanatismo y a la violencia y que la historia de la filosofía contemporánea refleja la historia de un Ser que se ha ido fragmentando y anonadando, que se ha hecho débil, y por tanto en esta época postmoderna lo que cabe es el relativismo y no la metafísica clásica de las grandes estructuras del Ser. Junto a este ‘pensamiento débil’, el papa emérito Benedicto XVI habló del ‘amor débil’, como el tipo de amor que viven muchas parejas en nuestros días a las que les da pánico comprometerse para siempre. Este amor débil puede muy bien ser una de las causas principales de las tantas rupturas matrimoniales que se dan también entre católicos. Y junto a esto también está la ‘fe débil’ que es la que tenemos muchos de nosotros. Una fe que es ‘sí y no’ a la vez, una fe con muchas dudas que no se atreve a dar el paso definitivo, una fe que lleva a un compromiso solo parcial con los valores del reino y con lo que nos pide el Señor. Una fe al final light, hecha a medida de nuestra debilidad epocal.

Fuente de la imagen: escritosdeignacioalmudevar.blogspot
            Aunque surge en un contexto social y cultural muy distinto al nuestro, el evangelio de hoy refleja algo de esta fe débil tan característica de nuestro tiempo. Es verdad que los apóstoles no dudaban de la existencia de Dios como podemos hacer nosotros; para ellos, judíos devotos, esto era algo evidente. Más dudas tenían acerca de si Jesús era realmente el mesías esperado, dudas que aumentaban a medida que Jesús se acercaba al misterio de su pasión y cruz. Si bien el Señor había hecho muchos milagros en Galilea y enseñaba con una autoridad especial, el creciente rechazo de las autoridades religiosas del pueblo y el aparente fracaso que se hacía cada vez más patente, les hacían dudar. Había algo que para ellos era difícil de aceptar y chocaba frontalmente con la idea que se habían hecho del futuro Mesías y de la liberación que Dios había prometido. Jesús hablaba de cruz, de pasión, de persecución, de perdón, y ellos ya habían empezado a experimentar algo de esto, algo del misterio de la cruz, y esto era tan poco comprensible para ellos como lo es también para nosotros. Para aceptar y vivir la entrega de la vida por los demás se requiere una fe auténtica, una fe sincera, una fe que aunque es pequeña como un grano de mostaza, es capaz de participar en la obra creadora de Dios: una fe que hace milagros cambiando la muerte en vida.

            Jesús acababa de hablar de perdón, de que si tu hermano te ofende es justo reprenderlo, pero si se arrepiente hay que perdonarlo, incluso si lo hace siete veces. Esta enseñanza provoca ese grito suplicante de los apóstoles: ¡Auméntanos la fe! ¡No somos capaces de hacer esto con la fe que tenemos! ¡Necesitamos más fe!

San Bruno rezando en el desierto
Nicolas Mignard - 1638
Musée Calvet - Avignon (Francia)
wikimedia.org
            En nuestra actual situación de una fe débil y temerosa debemos pedir al Señor con gritos y súplicas que nos aumente la fe. ¡Que nos aumente la fe para que podamos perdonar de corazón al hermano, para que podamos vivir las bienaventuranzas, para que podamos hacer nuestro el camino de la cruz que lleva a la vida, para que podamos mantenernos fieles al Señor, para que podamos amar de verdad al hermano, incluso al enemigo! ¡Auméntanos, Señor, la fe!

Sabemos que la fe es un don, un grandísimo regalo de Dios que aporta luz a nuestra vida, que ilumina aquellos rincones oscuros donde la razón no llega, como el dolor, el sufrimiento, la muerte. Junto con el amor cristiano y la esperanza en el cielo, debemos pedir insistentemente al Señor que nos aumente la fe, conscientes, como dice el Catecismo, que Dios no se la niega a quien la pide con humildad. Puede que el momento actual sea el de una fe humilde, conocedora de su debilidad y de la necesidad imperiosa de la gracia de Dios, de que el Señor no nos suelte de la mano. Ciertamente no es el tiempo de una fe fanática que es el revés de la medalla de una gran inseguridad y angustia, ni tampoco de una fe soberbia, segura de sí misma, la de un ‘alma hinchada’, para usar las palabras del profeta Habacuc de la primera lectura.

Hoy celebramos la fiesta de san Bruno, fundador de los cartujos, una de la órdenes monásticas de vida contemplativa más estrictas. Su fe y su obra son un testimonio elocuente de una fe auténtica que nace de la relación íntima y personal con el Señor, cuidada con todo esmero y disfrutada en la soledad de una celda. ¡Que san Bruno con su intercesión y ejemplo nos ayude a crecer en la fe!

viernes, 14 de octubre de 2011

No basta estar en la Iglesia

Homilía 9 de octubre 2011
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

                Entre las distintas actividades de nuestra parroquia hay una que es especialmente importante para el barrio y a la vez muy enriquecedora para los que participamos en ella que es la pastoral del bautismo de niños. Hay muchos padres jóvenes en nuestra zona y tenemos al año más de 150 bautismos en nuestra Iglesia. Los padres que piden el bautismo para sus hijos se preparan con unos encuentros que tienen lugar los cuatro viernes anteriores a la celebración. En el primero de éstos los participantes cuentan su experiencia de ser padres,  que está significando en sus vidas, y a veces también su experiencia de fe. El viernes pasado una chica francesa que ha pedido bautizar a su tercer hijo compartió con nosotros su vivencia. Nos contó que su madre había recibido una educación católica muy rígida y que como reacción se había apartado de la Iglesia. Ella, en cambio, resumió su experiencia con una expresión que nos impresionó a todos: dijo que es “LIBREMENTE CATÓLICA’”, indicando con ello que es católica por opción personal, libre y consciente, más allá y en contra de condicionamientos familiares y sociales.
                También el Papa en su reciente viaje a Alemania, comentando el evangelio de hace dos domingos sobre los publicanos y las prostitutas que nos precederán en el reino de los cielos, dijo: “los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe”.
                La vivencia de la madre francesa y su bella expresión ‘libremente católica’ y las palabras del Papa en Alemania están muy relacionadas con el evangelio de hoy del comensal sin traje de fiesta. Esta parábola en la intención del evangelista Mateo hace claramente referencia a la Iglesia y nos viene a decir que no basta estar en ella, es necesario algo más que el Señor indica con la imagen del ‘traje de fiesta’. ¿Qué es este ‘traje de fiesta’ necesario para no ser echado fuera del banquete mesiánico, del reino de Dios? Son las obras de justica, el ejercicio de la caridad que nace de una fe adulta y madura, asumida libremente, superando los condicionamientos sociales tanto a favor como en contra.

ecodibergamo.it
                Más concretamente, dice san Agustín que este ‘traje de fiesta’ es la caridad, ya que como afirma san Pablo ‘si no tengo amor no soy nada’ y de nada me sirve hacer las obras más heroicas. También la escena del juicio final del mismo evangelio de Mateo nos dice que éste tendrá lugar sobre la base del ejercicio concreto de la caridad y no de la pertenencia al grupo de los discípulos del Señor. Y en la Iglesia hay muchos que no viven la caridad. Hay muchos llamados que forman parte de ella, pero pocos escogidos que están unidos realmente al Señor en el amor. Benedicto XVI habla de la Iglesia como la red de Cristo con peces buenos y malos, con trigo y cizaña que el Señor separará al final.
                Pero está enseñanza sobre el invitado no vestido adecuadamente para participar en la fiesta, está precedida por otra parábola que encontramos de una forma algo distinta también en el evangelio de Lucas: la parábola de los invitados que rechazan la invitación. Inexplicablemente los primeros a los que va dirigida la invitación para participar en las bodas del hijo del rey no hacen caso, se muestran indiferentes, desprecian la invitación y “uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios”. La imagen que utiliza Jesús del banquete nos dice algo del Reino que Dios nos promete y el rechazo de los invitados nos enseña lo fácil que es no tomarse en serio las cosas de Dios, posponerle a otras cosas y no hacernos merecedores de la vida eterna.
                Se discute si la sentencia tan dura de Jesús al final del pasaje evangélico de hoy se refiere originariamente a la primera parábola, la de los invitados al banquete que rechazan la invitación, o también a la segunda, la del comensal sin traje de fiesta. La sentencia de Jesús la conocemos bien: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. En el primer caso, estas palabras de Jesús serían menos duras para nosotros ya que indicarían los pocos judíos que han aceptado a Jesús como Mesías. En el segundo caso, la sentencia de Jesús se refiere también a los que formamos parte de la Iglesia: no todos los que estamos en ella llevamos el traje adecuado. Sea como sea, esta segunda interpretación es plenamente válida para nosotros hoy: lo que cuenta es la fe que actúa por la caridad, no la pertenencia externa a la Iglesia.
                Resumiendo la enseñanza del evangelio de este domingo diríamos, utilizando una terminología más propia de las ciencias naturales y sociales, que estar en la Iglesia para nosotros ‘es necesario pero no suficiente’. Es necesario para nosotros porque Dios ha querido que entráramos en ella y en ella está la plenitud de los medios de salvación. En otra situación y para otras personas, la Iglesia como institución puede no ser un requisito para la salvación, como afirma el Concilio Vaticano II para los miembros de otras religiones. Pero no es suficiente porque tenemos que ejercer la caridad. Y para ejercer la caridad necesitamos salir de la rutina y decidirnos libremente a ser católicos, es decir, tener una fe adulta y madura capaz de superar los condicionamientos sociales.
                ¡Qué podamos decir también nosotros que somos “libremente católicos”, con una fe adulta, pensada, querida, buscada, vivida en el ejercicio de la caridad, más allá de la educación que hemos recibido, de los condicionamientos sociales y de nuestros miedos!