El grupo de peregrinos en Nápoles |
Después de la peregrinación a Tierra Santa el año pasado, algunos feligreses de mi parroquia habían expresado el deseo de visitar Italia y habíamos empezado a organizar un viaje para los primeros días de abril de este año. Sin embargo, en cuanto nos enteramos de la beatificación de Juan Pablo II y que tendría lugar el primero de mayo, rápidamente cambiamos las fechas para poder estar en la Plaza San Pedro de Roma en un día tan señalado.
Juan Pablo II ha sido un Papa que ha dejado una huella profundísima en la vida de muchas personas, entre ellas la mía. Aunque tengo algunos recuerdos de Pablo VI y de Juan Pablo I, mi vida adulta, y sobre todo mi ministerio sacerdotal, ha trascurrido en el marco de este largo pontificado. Entré en el Pontificio Seminario Romano para discernir mi vocación sacerdotal siendo ya Karol Wojtyla Papa, y me ordené en mayo de 1988, año que él había proclamado ‘mariano’. Al ser el mío el ‘seminario del Papa’, teníamos dos encuentros anuales con él: una misa en su capilla privada muy temprano por la mañana en el mes de octubre, para celebrar el aniversario del comienzo de su pontificado, y su visita al seminario y cena con los seminaristas coincidiendo con el día de la patrona Santa María della Fiducia, un sábado de febrero. También tuve el gran regalo de comer con él en su comedor antes de que hiciese una vista pastoral a la parroquia romana donde empecé a ejercer de cura. Todos momentos que han significado mucho para mí.
Pero más allá de estos imborrables recuerdos personales, las distintas facetas de la figura pública de este gran Papa han impresionado a muchos. Él era la vez un buen teólogo y filósofo y un gran místico; un hombre de bien, un ‘hombre justo’ como lo ha llamado la comunidad judía, y un gran sacerdote enamorado de su labor pastoral; un actor capaz de poner su talento al servicio de Cristo y un verdadero amigo de los que tuvieron la suerte de conocerlo de cerca. Tenía la capacidad notable de hacer sentir a cada uno de los participantes en los grandes eventos que no eran miembros anónimos de una masa, sino personas que tenían con él una relación especial. Sobre todo creo que lo que más define su pontificado es que ha sido un buen pastor, que ha hecho presente en Roma y en mundo al único Buen Pastor que es Cristo, siendo un icono fiel de Él. Era lo que en ese momento histórico tan crítico necesitaba la Iglesia y el mundo, más que un gran teólogo o diplomático que pueden ser más necesarios en otros momentos.
Yo creo sin ninguna duda que era un santo. Y pienso también que se puede afirmar que el pueblo de Dios en su conjunto comparte esta creencia, como lo demuestra la gran asistencia a la misa de beatificación del 1 de mayo y que ya en el momento de su muerte era aclamado como tal. Siendo esto a todas luces una expresión veraz del ‘sentido de la fe de los fieles’, que no se puede equivocar como afirma el Concilio Vaticano II, cabe concluir sin miedo que era realmente santo. Es verdad que junto a esto, se requiere llevar a cabo el proceso canónico y que Dios lo corrobore todo a través de un milagro para llegar a una declaración oficial, pero creo que en este caso estos elementos son secundarios. Y creo que es santo, no obstante pueda haberse equivocado en algunas cosas en su acción de gobierno o en su magisterio, como algunos afirman respecto al escándalo de la pedofilia o a sus enseñanzas morales. Si estas equivocaciones fueran ciertas, no quitarían nada a su santidad. Como tampoco ensombrecería nada su santidad — más bien todo lo contrario — la relación de íntima amistad que haya podido tener con Wanda Poltawska, como se ha oído susurrar en algún círculo clerical oscurantista. La santidad de Juan Pablo II significa no sólo que ya está en la gloria, en el cielo gozando de Dios, sino que en su vida ejemplar aquí en la tierra se ha hecho presente de un modo muy especial el misterio de Dios.
Al final, el viaje que habíamos organizamos en la parroquia para visitar Italia, resultó ser una peregrinación para encontrarnos con el Señor por medio de este nuevo beato. Pasamos por lugares del bel paese muy queridos por él — Asís, Loreto, San Giovanni Rotondo...— para llegar a la misa de beatificación y hacer una honda experiencia de Dios a través de este servidor fiel. Quiero compartir con los lectores de este blog algo de lo que ha sido esta experiencia.
Lunes 25 de abril: Florencia y Siena
De Florencia impresiona al visitador que llega por primera vez el Duomo (Catedral) con sus mármoles blancos, verdes y rosados y la cúpula de Brunelleschi, junto al baptisterio con los mismos mármoles y sus preciosas puertas de bronce, como ‘la del paraíso’ frente a la Catedral, y el río Arno con su Ponte Vecchio repleto de tiendas de joyeros, por el que pasa el pasillo de Vasari que une el Palazzo Vecchio en Piazza della Signoria con el Palazzo Pitti, cruzando media ciudad.
Esclavo que se despierta |
Pero lo que más me impactó en este viaje fue la Galleria dell’Accademia donde está el famoso David de Michelangelo. Cerca de esta estatua símbolo de la fuerza juvenil, hay otras en el mismo museo que llamaron más mi atención, que tienen el sugestivo nombre de prigioni (cárceles), y que Miguel Ángel llamaba ‘cautivos’ o ‘esclavos’. Estas estatuas inacabadas muestran muy claramente el proceso creativo del artista. Las figuras parecen luchar para liberarse de la materia, para salir del agua levantándose de la bañera, como decía el mismo escultor. En un cierto sentido la figura ya está presente en el bloque de mármol antes de que empiece a trabajar el pincel. El artista sólo hace emerger la figura, liberándola de lo que sobra y que la tiene retenida. Esta es una reveladora metáfora de lo que significa la labor evangelizadora y educativa de la Iglesia que realizó con gran maestría Juan Pablo II: sacar esa obra de arte que somos cada uno de nosotros eliminando lo que estorba e impide nuestro crecimiento para llegar a ser lo que estamos llamados a ser. Es la obra que tiene que realizar todo buen educador y pastor para sacar todo lo bueno y único que hay en cada persona y llevarla a realizar plenamente sus potencialidades.
Tumba de Galileo |
También en Florencia intriga visitar la Iglesia de la Santa Cruz con sus muchas tumbas de personajes ilustres. Entre ellas la de Galileo Galilei, cuyo cuerpo tuvo que esperar varios años antes de ser enterrado públicamente y fue escondido por los frailes. ¡Qué reduccionista y falsa es la interpretación interesada de la vida de Galileo como la de un opositor de la Iglesia perseguido por ésta, cuando era fiel hijo suyo y un cristiano ejemplar! Si algunos de la Iglesia lo persiguieron, otros de la misma Iglesia lo protegieron. La Iglesia estaba a los dos lados de la controversia, no a un lado frente a otro inventado de un humanismo laicista que entonces era inexistente.
Por la tarde, camino de Asís, pasamos por Siena, la ciudad del palio y de Santa Catalina, la mujer ‘fuerte’ que hizo volver el Papa a Roma; ella también recibió las marcas (estigmas) de Jesús que, en su caso, eran invisibles, pero causaban mucho dolor. Fue una de esas grandes mujeres en la historia de la Iglesia, como tantas otras, cuyo papel Juan Pablo II nos ha ayudado a valorar, evitando caer en ese falso feminismo tan de moda que se retuerce al final contra la dignidad misma de la mujer. En Siena, en el Duomo, junto con el elaboradísimo piso de mármol encrustado y dibujado con escenas del Antiguo Testamento, se encuentra el famoso púlpito de Pisano con sus figuras llenas de dramatismo. ¡Qué importante era para Juan Pablo el ministerio de la predicación! ¡Y con qué fuerza lo hacía moviendo nuestros corazones!
Martes 26 de abril: Asís
Fachada de la Basílica de San Francisco (Asís) |
Un día pasado en la ciudad de San Francisco, el poverello de Asís, el alter Christus, el primer estigmatizado reconocido, el amigo de Santa Clara, el enamorado de Madonna Povertà, el padre-fundador de la orden franciscana con sus distintas ramas. ¡Qué emoción rezar ante esa tumba tan austera debajo del altar mayor de la Basílica y admirar los frescos de Giotto y Comabue! En la explanada delante de esta Basílica, de una hierba verde que contrasta bellamente con el blanco de la fachada, Juan Pablo II rezó en 1986 al lado de líderes de otras religiones por la paz en un memorable acontecimiento que ha hecho historia. ¡Qué entrañable rezar delante del crucifijo de San Damián en la Basílica de Santa Clara al que Francisco oyó pedirle que reparara su Iglesia! ¡Y qué significativo visitar el monasterio de San Damián, cuna de las clarisas, con su simplicidad, y la Porziuncula donde nacen los franciscanos después de un primer momento muy austero en Rivotorto! Visitar Rivotorto hace intuir algo de como fue el comienzo del movimiento franciscano, corrigiendo falsos romanticismos.
Tumba de San Francisco |
Se cuenta que poco después de su elección, Juan Pablo II vino a Asís para pedirle al santo patrono de Italia que le ayudara a conquistar para Cristo el corazón de los italianos. Juzgando por los resultados, fue ciertamente una gracia que le fue concedida.
Miércoles 27 de abril. Camino de San Giovanni Rotondo: Loreto y Lanciano
La parroquia de Santa Catalina de Alejandría en la que ejerzo como párroco está muy cerca del aeropuerto de Barajas, y por ello muy ligada a la aviación que tiene como patrona la Virgen de Loreto. No podíamos no pasar por este santuario de nuestra Madre. En este pueblo italiano se venera la casa de la Virgen, que de Nazaret fue transportada por voluntad divina y, según la tradición, por ministerio de ángeles, a este lugar. Más allá de la leyenda, hay serios indicios para pensar que en este santuario se encuentran, traídas por los cruzados o por una tal familia ‘de Angelis’, las tres paredes de ladrillo que cerraban la cueva donde vivía María en Nazaret.
Al prepararme para la Eucaristía, hablando con el sacristán, me contó que Juan Pablo II había pedido a los tantos polacos que iban a Roma a encontrarse con él, que en su camino de ida o de vuelta pasaran por esta santa casa. Una muestra más de la gran devoción mariana del Papa del totus tuus.
Ostensorio en Lanciano |
En Lanciano se venera el primer milagro eucarístico, cuando un cura que tenía dudas sobre la presencia real del Señor en las especies eucarísticas, al consagrar el pan y el vino, vio con asombro como delante de sus ojos éstos se conviertían en verdadera carne y sangre. En un ostensorio detrás del presbiterio se expone lo que queda (que no es poco) del pan eucarístico transformado en carne, y en una ampolla puesta justo debajo la sangre, que después de tantos siglos conserva sus propiedades, como se ha comprobado en distintas investigaciones. Decían algunos feligreses de mi parroquia: “Si esto fuera verdad, sería lo más grande que hemos visto hasta ahora y que veremos”. Tenían razón, pero el verdadero gran milagro es la eucaristía que celebramos cada día en que el misterio de la redención se actualiza para nosotros. De esto era muy consciente Karol Wojtyla. Las veces que como seminarista hice de ‘monaguillo’ en alguna de sus misas llegando a estar muy cerca de él, era muy difícil no dejarse cautivar por la concentración y devoción con que celebraba.
Jueves 28 de abril: San Giovanni Rotondo
San Pío da Pietralcina, o Padre Pío como muchos lo llamamos, es uno de los santos más venerados en Italia. Este franciscano capuchino que murió en 1968 fue canonizado por Juan Pablo II el 16 de junio de 2002, en una de las celebraciones más multitudinarias que se han celebrado en Roma. Pasó la mayor parte de su vida en este pequeño pueblo del Gargano en la Apulia, recibió los estigmas, primero invisibles y después visibles, y fue un santo que como muchos tuvo que sufrir persecuciones, incomprensiones y calumnias. Dos de sus obras que permanecen son el hospital Sollievo de la Sofferenza (Alivio del Sufrimiento) en el mismo pueblo y los Grupos de Oración difundidos por todo el mundo.
En San Giovanni Rotondo celebramos la Eucaristía en el mismo altar de la pequeña Iglesia donde celebraba el santo a diario y en cuyo coro, rezando ante el crucifijo, recibió los estigmas; visitamos también el santuario de Santa María de las Gracias pegado a la pequeña Iglesia y el nuevo Templo en cuya cripta se encuentra su cuerpo. Cripta que está decorada con bellísimos mosaicos que ponen en paralelo la vida del Padre Pío con la de San Francisco de Asís.
El rupo delante de la tumba del padre Pío Cripta del Templo de San Giovanni Rotondo |
Sorprende mucho como un hombre humilde, sin recursos, en un pequeño pueblo perdido del Sur pobre de Italia haya podido hacer tanto. Juan Pablo II tenía devoción a Padre Pío; se confesó con él siendo cura joven y cuando era obispo, participando en las sesiones del Concilio Vaticano II en Roma, le pidió por carta que intercediera por su amiga Wanda a la que le habían diagnosticado un cáncer y debía ser operada. Poco después el cáncer desapareció y Karol Wojtyla se lo comunicó por escrito al capuchino del Gargano.
Visitando Loreto, Lanciano y San Giovanni Rotondo, medité mucho sobre la fe de Juan Pablo II, una fe madura y culta pero a la vez cercana a la del pueblo y de la gente sencilla. Loreto con la santa casa que vuela por los aires desde Nazaret traída por ángeles, Lanciano con un pedazo de pan que se convierte en carne del miocardio, y San Giovanni con los fenómenos extraordinarios que se atribuyen a Padre Pío, crea una cierta incomodidad en los que hemos sido educados en la teología moderna, formándonos con los escritos de Bultmann, Moltmann y Bonhoeffer, en una teología que mira con mucha sospecha a estos fenómenos sobrenaturales.
En San Giovanni Rotondo me topé con dos frases de Padre Pío que son un buen resumen de su vida:
· “En cada misa está todo el Calvario”
· “Me quedaré a las puertas del paraíso hasta que no haya entrado el último de mis hijos espirituales”.
Camino de Nápoles, pasamos por Pietralcina, el pueblo natal del gran capuchino. Visitamos la casa de sus padres y una casa de un tío donde vivió una temporada siendo ya sacerdote. Fue un día dedicado en su totalidad a este gran santo tan querido por Juan Pablo II. Seguro que este santo desde el cielo agradeció nuestra visita y nos ayudó a prepararnos bien para lo que nos esperaba en Roma.
Viernes 29 de abril: Nápoles y Pompeya
Lo que más atrae de Nápoles, junto con la pizza y el caffè, es la filosofía de vida de su gente. Me contaba una amiga napolitana en otra visita que hice a la ciudad, que lo que causa que los napolitanos tengan ese modo tan peculiar de ver la vida, es la presencia tan visible y amenazante del volcán Vesuvio, que hace que todo se perciba como precario, que puede desaparecer de un momento a otro. Parece una buena explicación. Quizás los cristianos deberíamos aprender algo de los napolitanos y su modo ‘escatólogico’ de vivir, sabiendo como dice el Apóstol que ‘las cosas visibles son de un momento, son las invisibles que son eternas’.
Por la tarde fuimos a ver las ruinas de Pompeya. Al visitar lo que queda de esta ciudad, los guías hacen especial hincapié —por el morbo que implica — en los aspectos eróticos que se van encontrando por estas piedras derruidas, que no son pocos. Así se ven falos esculpidos, algunos siendo un simple signo de fertilidad, y otros que son señales que indican el camino para llegar al famoso lupanar, el lugar donde las prostitutas, en camas de piedra, ofrecían sus servicios. Encima de la puerta de cada una de las habitaciones de este prostíbulo antiguo, hay una representación pictórica de las prestaciones sexuales que en ella se ofrecían. ¡Qué importante y al mismo tiempo qué complicado y ambiguo es este aspecto de la vida del hombre y la mujer! Algunos acusan a la Iglesia de haberlo corrompido con su doctrina del pecado, de haberle quitado su espontaneidad y naturalidad. Sin embargo, al pasear por estas ruinas de este puerto de la antigüedad, destruido por un terremoto antes de que llegara el cristianismo, se percibe claramente la fuerza y la ambigüedad de la sexualidad. Recordaba en Pompeya esos ciclos de catequesis tan importantes y que tanta repercusión han tenido sobre el ‘amor humano’ que Juan Pablo II impartió en sus audiencias públicas de los miércoles.
Como todo peregrino que llega a la Ciudad Eterna, dedicamos parte de este día a visitar las cuatro basílicas mayores y a rezar en las tumbas de los grandes apóstoles patronos de la ciudad, San Pedro y San Pablo, renovando así nuestra profesión de fe. En San Pedro vimos el lugar que se estaba preparando cerca de la Pietá de Michelangelo para acoger definitivamente los restos mortales de Juan Pablo II. Recordé ese ataúd sencillo de madera con encima el libro de los evangelios del día de sus funerales que contenía el cadáver de aquel que nos seguía bendiciendo desde el cielo, como dijo el entonces cardenal Raztinger en esa celebración. Al salir de la basílica de San Pedro me encontré con un sacerdote y un obispo españoles amigos míos que me ofrecieron una entrada para poder concelebrar en la misa de beatificación del día siguiente. Agradecí el ofrecimiento pero lo rechacé, al sentir que tenía que estar con el grupo de mi parroquia. Fue una decisión muy acertada como se demostró el día siguiente.
En la visita a la basílica de Santa María Mayor me fijé en la bellísima puerta santa que se abre sólo en los años jubilares y que Juan Pablo II bendijo al clausurarse el último en diciembre de 2001. En ella se representan dos grandes concilios de la Iglesia, el de Éfeso y el Vaticano II. En el primero se proclamó a María como Madre de Dios, en el segundo se habló de ella como Madre de la Iglesia. María, de una forma u otra, como buena y tierna madre, está siempre presente en los momentos importantes de la historia de la Iglesia.
Por la tarde celebramos la Misa en la sede de la delegación romana de la Custodia de Tierra Santa de los padres franciscanos, cerca de San Juan de Letrán. Fue una buena oportunidad para recordar la peregrinación a Tierra Santa del año anterior en la que también el Señor nos tocó el corazón y se manifestó como el Viviente, el que ha resucitado y nos ha abierto las puertas del cielo. ¡Qué emoción tuvimos al entrar el domingo de resurrección en el Santo Sepulcro!
Vigilia de oración en el Circo Máximo |
Pero fue la participación en la Vigilia de oración en el Circo Máximo y el paseo de noche por Roma lo más significativo de ese día. Llegué tarde a la Vigilia, después de cenar con el grupo, cuando ya los testimonios habían terminado y se estaba rezando el Rosario. Fue difícil entrar por le gente que se había agolpado en una escalera de acceso para ver mejor, pero indudablemente el esfuerzo mereció la pena al contemplar ese escenario tan majestoso entre las colinas del Palatino y el Aventino, y la devoción de la gente. Recordé enseguida las distintas Jornadas Mundiales de la Juventud en las que participé, que tanto han marcado la vida de muchos jóvenes, y que fueron un acertadísima ‘invención’ de Juan Pablo II. Algo de ese ambiente de las ‘JMJ’ se percibía en esa Vigilia y me dio la sensación que los tantos jóvenes que rezaban el Rosario con su presencia en ese lugar, querían de alguna forma agradecer a ese gran Papa su especial relación con ellos.
Este ambiente juvenil de intensa y alegre oración continuó a lo largo de toda la noche. Tuve el gran regalo de poder encontrarme, terminada la vigilia, casi por casualidad, con un gran amigo, padre de cinco niñas, que había ido a Roma también casi por casualidad, gran admirador de Juan Pablo II y con el que había ido hace algunos meses a Lourdes. Belén, su mujer, no había venido; se había quedado en Madrid con las niñas. Pero sí vino con él otra amiga, y los tres, después de la vigilia nos encaminamos hacia las iglesias que se había indicado que iban a permanecer abiertas para quien quisiese rezar. Combinamos esa noche un paseo turístico por la sugerente Roma by night, con la oración en esas iglesias. De este modo subimos al Campidoglio y nos asomamos al Foro Romano con el Coliseo al fondo, y bajando a la Plaza Venecia entramos en la iglesia de San Marcos. Se estaba proyectando un video sobre la vida de Juan Pablo II, narrada por él mismo, que nos emocionó mucho. Después seguimos hacia la Iglesia del Gesù para rezar en la tumba de San Ignacio de Loyola tan relacionado con la vida de nosotros tres y cuyo monumento sepulcral, de un barroco muy ostentoso, parece discordar con su mensaje, como también la basílica de san Francisco con este otro gran santo. Seguimos hacia Plaza Navona pasando por el Panteón y buscamos una rosticceria para comer una pizza al taglio y recuperar fuerzas en vista de esta noche blanca de oración. En Plaza Navona entramos en la Iglesia de Santa Inés y tuvimos un rato largo de oración que nos hizo saltar las lágrimas a los tres. Era una oración animada por un grupo de carismáticos con cantos que evocaban las distintas Jornadas Mundiales de la Juventud. Al final el sacerdote con el ostensorio pasó por toda la Iglesia bendiciendo con Jesús sacramentada a cada uno de nosotros individualmente. Fue el momento más intenso y nos sentimos verdaderamente bendecidos inmerecidamente por Dios.
Saliendo de Santa Agnese decidimos ir ya hacia el Vaticano al constatar que muchos grupos iban ya de camino, aunque dando antes una vuelta para pasar por la plaza Campo de’ Fiori con la estatua de Giordano Bruno y la Plaza Farnese con la embajada francesa. Cruzamos el río por el puente que pasa por la isla tiberina. Pero no pudimos llegar hasta la Plaza de San Pedro, ni tampoco a la Via della Conciliazione. No habían abierto aún la plaza para que entraran los peregrinos y la gente era tanta que se formaban colas lejos de ella; colas con muchas personas que llevaban banderas y cantaban alegres. Eran ya las cuatro y media de la madrugada. Decidí dejar a Javier y Marta que hicieran su cola con una buena esperanza de poder entrar en la plaza de San Pedro y volví al hotel para ducharme y unirme a mi grupo. Lo hice cruzando Roma andando, desde el Vaticano a la Plaza de Spagna, donde llegué con las primeras luces del alba y pude ver las bellísimas azaleas que se colocan en su famosa escalinata en este tiempo del año. Fue un paseo que me hizo recordar con algo de nostalgia los tantos años de mi vida pasados en Roma.
Domingo 1 de mayo: Roma
A las siete de la mañana salimos del hotel en autocar rumbo al Vaticano. Sabíamos que muchas calles iban a estar cortadas y que el autocar nos iba a tener que dejar bastante lejos de la Plaza de San Pedro. El conductor, al venir a recogernos, se había fijado en las calles que estaban abiertas y por ellas nos llevó circunvalando con maestría el centro, para dejarnos sorprendentemente bastante cerca, en la salida del Metro de la Via Ottaviano. Pero enseguida nos dimos cuenta que no había forma de acercarnos mucho más a la Plaza, ni a Via della Conciliazione donde se habían colocado la mayoría de las pantallas. Intentamos ir por detrás del Castillo de Sant’Angelo donde había un prado, pero tampoco pudimos. Al final decidimos acercarnos todo lo posible al comienzo de la Via della Concliazione y resignarnos a oír la misa de pie sin ver nada y apretujados por la gente. Yo estaba con pocas ganas de aguantar todo aquello y pensaba alejarme del grupo, ponerme cómodamente a rezar en algún rincón lejano y tranquilo, y volver después una vez terminada la celebración. Pero me quedé. Me quedé al ver la intensidad de la devoción de la gente que me rodeaba y al pensar que yo era más joven que la mayoría, que era sacerdote y que tanto debía a Juan Pablo II. No era correcto escabullirme para estar más cómodo. Y así participé en una de las celebraciones litúrgicas que con más intensidad he vivido. La gente a mi alrededor a través del contacto corporal inevitable me transmitía su devoción y su agradecimiento a Juan Pablo II. Y yo tampoco pude esconder lo que sentía. Cuando al comenzar la celebración Juan Pablo II fue declarado beato y se descubrió el tapiz con su imagen que colgaba del balcón donde apareció por primera vez como Papa después de haber sido elegido, todos aplaudimos llenos de emoción, aunque de donde estábamos nosotros no podíamos verlo. No importaba, lo importante era estar ahí. Sentí con mucha claridad que estaba en el preciso lugar del mundo donde debía estar en ese momento y sentía también la presencia de Juan Pablo II. En la homilía Benedicto XVI hablaba, partiendo del evangelio del día, de la bienaventuranza de la fe y de la misión peculiar del apóstol Pedro y sus sucesores de confirmar en la fe a los hermanos. Hablaba del motivo por el que se había elegido el uno de mayo para esta celebración: es el comienzo del mes mariano, la festividad de San José obrero, y sobre todo el domingo de la Divina Misericordia que quiso instituir Juan Pablo II devoto de Sor Faustina. Hace seis años, en la vigilia de esta misma fiesta, el gran Papa polaco nos dejó para ir a la casa del Padre y recibir la merecida corona que no se marchita. El punto álgido para mí de la homilía del Papa actual fue cuando exclamó, recordando la exhortación de Juan Pablo II de abrir de par en par las puertas a Cristo: “Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio”. Al continuar la Misa me preguntaba si mi grupo y yo podíamos tener ocasión de comulgar, si algún ministros de la Eucaristía podía llegar hasta nosotros y me parecía una empresa casi imposible. Pero sí, llegó un sacerdote ‘milagrosamente’ y pudimos recibir la comunión y participar así plenamente de aquella Eucaristía.
Ataúd de Juan Pablo II |
Lunes 2 de mayo: Roma
Un día de gran ‘resaca espiritual’ que aproveché para ir con mi madre al cementerio del Verano donde están enterrados mis abuelos y para pasar por la casa que tengo en Roma y arreglar papeles y hacer pagos. Pude comer con un sacerdote muy amigo, juez eclesiástico, que me dio un librito de la celebración litúrgica del día anterior que agradecí mucho.
Espero haber podido transmitir algo de la experiencia de este viaje a los lectores de este blog. Pido al nuevo beato que desde el cielo, como hacía antes desde la ventana de su despacho que daba a la Plaza de San Pedro, nos siga bendiciendo a todos y ayudando a que nos sintamos orgullosos de ser cristianos.